No es cierto que la Iglesia en su trabajo pastoral se haya olvidado de las víctimas directas o indirectas de los delitos; las hemos acompañado y, de alguna manera, buscado forma para aliviar su dolor y sufrimiento. Nuestro trabajo pastoral se realiza de manera silenciosa, porque no busca el reconocimiento social, sino el de dar respuesta desde la fe a la necesidad humana. Por su naturaleza, la Iglesia contribuye permanente, a través de diferentes pastorales y movimientos, en la promoción del respeto a la dignidad humana mediante la atención a la niñez, la familia, la juventud, los discapacitados, entre otros sectores que son acompañados en las comunidades. Hemos señalado, y lo reiteramos, la necesidad de aplicar la Ley 31, del 28 de mayo de 1998 sobre la protección a las Víctimas del delito, porque han sido constantemente olvidadas, tanto en la investigación policial, el proceso judicial y las autoridades competentes.
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